Winifreda, mi infancia
- Winifreda

- 25 jun 2017
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Pablo Curino, destacado neurocirujano de Bahía Blanca, regresó a la localidad pampeana donde vivió junto a su familia desde 1971 hasta 1981 para presentar su libro “Winifreda, mi infancia”, en el que relata los recuerdos más íntimos de su niñez.

En 1970, Pablo Curino tenía 5 años y su padre Carlos ya se había recibido de médico hacía un tiempo, pero su actividad principal consistía en las guardias. “Lo veíamos muy poco y cuando llegaba estaba totalmente agotado. Una tarde, mi hermano Alejandro, por entonces de 10 años, entró corriendo a la casa, con la cara chorreando de sangre, lo recuerdo con su remera toda manchada. Se había peleado con otro chico de la villa cercana y le habían tirado una piedra que le dio a milímetros del ojo. Al llegar papá esa noche y mamá comentarle el incidente, se dejó caer en el sillón y luego de meditar un rato, dijo que le habían ofrecido un puesto en un pueblo de La Pampa, cuyo médico había fallecido.
-Esta no es la vida que yo quiero, agregó. Días después, y ante la sorpresa de la familia que no entendía como mis padres podían irse de Buenos Aires, nos encontrábamos los cuatro arriba de un Renault 6 (hoy sería impensado salir a la ruta en ese auto) cargado hasta el techo y yendo hacia un lugar llamado Winifreda del que nada sabíamos. Papá les decía a todos que se tranquilizaran, que solo iban para ver de qué se trataba, pero seguro en unos días estaríamos de vuelta. Días que se transformaron en diez años.
Cuatro décadas después, Pablo Curino, destacado neurocirujano de Bahía Blanca, regresó a la localidad pampeana donde vivió junto a su familia desde 1971 hasta 1981 para presentar su libro “Winifreda, mi infancia”, en el que relata los recuerdos más íntimos de su niñez. Lo escribió “con el más profundo cariño” para rendirle un homenaje a su padre, ya fallecido, a sus familiares y amigos de la década del setenta. Con varios de ellos se reencontró después de años sin verlos personalmente. “Winifreda para mí es un lugar cargado de magia, y eso es lo que intenté transmitir en cada palabra”, escribió.
La obra tiene 157 páginas y está compuesto por 24 breves capítulos. La fotografía de tapa es autoría del winifredense Matías Selinger, a quien Curino definió como “un talento”. El registro aborda su llegada al pueblo, los juegos y las primeras exploraciones a la casa que habitaba donde también estaba la clínica; sus días de clases en la Escuela 104, la relación con su hermano Alejandro; sus tardes en los médanos de Molleker. También, el cine de José Rodríguez, que fue su segundo hogar, un personaje pueblerino como el Padre Raúl, el cura “tuerca” amigo de Fangio que jugaba al truco porque era el único momento en que podía mentir y que dejó los hábitos para casarse con una hermosa mujer; la invasión de cascarudos; sus mascotas, su primer amor, los “asaltos”, que era una costumbre de juntarse en casas para bailar, una gran tragedia que enlutó a su amigo Enrique, entre otros asuntos que describe de manera sentimental y con una escritura muy bien llevada, atrapante y por momentos graciosa.

Novia y barrilete.
Narra también una situación increíble, pero él jura “ante las santas escrituras” que sucedió.
Tenía 12 años cuando remontaba un barrilete. “Se vía majestuoso y todos lo miraban maravillados, hasta que vino una ráfaga de viento y lo embolsó. Se me cortó el hilo y se alejó hasta perderse de vista. Y así en pocos días perdí a mi novia y a mi barrilete. Me sentía el ser más desgraciado que podía pisar este triste mundo… La que trajo la noticia de tan extraordinario suceso fue Patry. Ella volvía de pasar unos días en el campo de Analía, que quedaba a cinco leguas del pueblo. Iban caminando las dos cuando algo que brillaba en el piso les llamó la atención. Cuando llegaron al lugar vieron a un maltrecho, pero aún entero barrilete. Patry lo reconoció y le dijo que yo lo había perdido hacía unos días, tras lo cual Analía permaneció un rato pensativa y luego con ojos vidriosos le comentó que esto era cosa del destino, teníamos que volver a estar juntos. Las posibilidades que mi barrilete recorriera 25 kilómetros, solo llevado por el viento, y terminara justo en el campo de ella y no en otro, eran prácticamente imposibles, y sin embargo sucedió. Era un mensaje que no se podía dejar de escuchar”.
Más adelante el autor le aclara al lector romántico que si quiere un final feliz se quede en el punto anterior porque en algún momento ambos – barrilete y su primer amor- dejaron de ser parte de su vida.
Los años pasaron y Curino sigue manteniendo una relación afectiva con el pueblo “como el primer día”, título de una canción del cantautor pampeano Alberto Cortéz. La motivación para escribir sus vivencias privilegiando la mirada infantil por sobre la lógica del adulto la halló en el taller literario coordinado por la licenciada en Letras, Elsa Calzetta, quien fue invitada al emotivo acto cultural realizado el pasado 20 de mayo en el Concejo Deliberante de Winifreda.
Estuvieron presentes el autor de la obra, sus familiares directos, entre ellos su madre Lidia Garver, su sobrina Aimé Curino y su prima Patricia Bustos, sus amigos de la infancia y autoridades municipales. La velada literaria fue conducida por los conductores radiales Claudio Badini y Carlos Fridirich y amenizada con la excelente música de la cantante Guillermina Gavazza con Rubén “Tachi” Gaich en el piano, ambos provenientes de Santa Rosa.
Los años setenta.
En la introducción de su obra, el autor cuenta que la década del setenta es una de las más oscuras de nuestro país, cargada de violencia y en mayor o menor medida ni el más recóndito rincón de la Argentina dejó de padecerla. Época donde se creyó que si se prohibía hablar de un tema no iba a existir, con el mismo concepto estúpido que el avestruz mete la cabeza en la tierra pensando que no lo van a ver. De ese modo nos enseñaron una historia sesgada que terminaba en Perón, ya que estaba terminantemente prohibido nombrarlo y era motivo de una amonestación su sola mención. Miles de libros estaban prohibidos como “El Principito” o uno de física porque se llamaba “La Cuba Electrolítica” y tantas películas censuradas que a veces era imposible saber de qué se trataban. Es decir, todos sufrimos esa década aunque no estuviéramos involucrados directamente o no nos diéramos cuenta del horror en que vivíamos.
El miedo estaba en el aire, se respiraba, y por eso se nos llamó la “generación del miedo”. Fue tanto el espanto que resulta difícil hablar de otra cosa, cuando uno se remite a ese período.
Muchos fuimos creciendo y entendiendo con el tiempo, que situaciones que vivíamos con tanta alegría, estaban manchadas de sangre y dolor, como el Mundial ´78 por nombrar solo un ejemplo lamentable.
“Cosas íntimas”.

Pablo Curino dice que escribir un libro sobre su infancia era “una ilusión” y nunca pensó en concretar su proyecto a los 52 años sino cuando se jubilara. Admitió que “es muy difícil escribir sobre cosas tan íntimas de uno y de otras personas a las que quiero tanto.
Encontrarme con todos los amigos y que entendieran que el libro es un homenaje a ellos no lo imaginaba ni en el mejor de los sueños. Y también es un homenaje a papá, al médico rural como Favaloro. En aquella época hacían una medicina heroica, algo que ahora sería imposible de ejercitar”. Su padre llegó al pueblo cuando falleció el doctor Miguel Eloy Baldovino, nombre del campo de deportes del club social y deportivo. Sobre el proceso de selección de los distintos capítulos, dijo que cada uno es una historia de un determinado episodio de su vida.
Sobre la infancia, el autor expresa: “No soy de idealizar, la infancia tiene muchas cosas difíciles porque un chico también vive la vida. Lo que hice en el libro fue tamizar y quedarme con ciertos recuerdos y la magia de esa infancia porque las cosas serias se tratan en terapia”. Sus primos venían a visitarlo desde Buenos Aires donde vivían en un departamento. “Acá era una liberación impresionante. La infancia de los setenta fue sin tecnología, viviendo en contacto con la naturaleza permanentemente. Era tirarnos desde los techos a la pileta (de su casa), andar en bicicleta por todos lados, ir a los médanos de Mollecker (estaban al costado de la ruta nacional 35). No existían los peligros que tienen los chicos hoy por hoy, igual en ese momento las cosas estaban complicadas en otros lugares del país, pero el pueblo nos regalaba una infancia totalmente sana”.
Curino está casado y tiene una hija adolescente. “Uno de los objetivos del libro es contar las vivencias que uno pasó a los hijos, nietos y a las generaciones que siguen. No pueden entender esa época, en un momento a mi hija le muestro un teléfono con discado y no sabía cómo discarlo, se quedan maravillados”.
Los primeros días y un "acuerdo" con Pancha
En el capítulo titulado “La llegada”, Pablo Curino narra que su padre, el doctor Carlos Curino, estaba cenando cuando entró una enfermera para avisar que había llegado una mujer en trabajo de parto. A horas de haber llegado al pueblo, trajo a su primer bebe a Winifreda. Se fue a acostar totalmente agotado después de haber conducido 12 horas y atender un nacimiento.
Antes de quedarse dormido le dijo a su señora “un día más y nos vamos”. Al otro día, estaban terminando de desayunar cuando entró nuevamente la enfermera para avisar que ya había gente para ser atendida y así un día se transformó en diez largos e increíbles años. En el capítulo “Médico rural”, el autor sostiene que ser médico en la década del setenta en un pueblo del interior con 1.200 habitantes, era ejercer una medicina muy distinta a lo que se conoce en la actualidad. Su padre siempre comentaría que uno de sus primeros pacientes fue un simple cuadro gripal, al finalizar la consulta y preguntar el paciente cuánto le debía (en aquella época no existían las obras sociales) vio que venía vestido con una camisa agujereada en un codo, unas bombachas de campo sucias de tierra y unas alpargatas que le salían los bigotes de la suela de lo gastada que estaban. “Vaya tranquilo nomás”, le dijo, pensando en cómo le iba a cobrar a alguien de condición tan humilde y lo acompañó a la salida donde luego de despedirlo vio como se subía a una enorme y moderna camioneta. Resultó ser uno de los estancieros más importantes de la zona y venía vestido así de trabajar en el campo. En ese momento empezó a entender a que se refería la viuda del doctor (Miguel Eloy) Baldovino cuando le dijo: - “Usted tiene que cobrar doctor”.
Los primeros tiempos fueron difíciles, debiendo lograr un equilibrio entre conquistar la confianza de los lugareños y por otro ir de a poco imponiendo las técnicas modernas de la época. Cuando comenzó a realizar los partos en la camilla – su antecesor atendía a las parturientas en la cama- la gente comentaba: “El doctor nuevo te cuelga para tener familia”.
Los primeros meses consistieron en modernizar la clínica con camas ortopédicas y un nuevo equipo de rayos. Mientras se fue haciendo una rutina de trabajo: por la mañana atendía a los pacientes internados y el consultorio, y por la tarde realizaba las consultas domiciliarias, principalmente a los que vivían en el campo.

La curandera
Logró un “acuerdo mutuo” con “Doña Pancha”, la curandera del pueblo. Ella le derivaría los casos difíciles, los partos complicados y no interferiría en la medicación. Curino por su parte le enviaría los empachos y mal de ojos. Curinorealizó reformas en la clínica para evitar traslados.
Fue así que acondicionó un quirófano y compró un autoclave moderna, en aquel entonces se esterilizaba a vapor. Se contactó con médicos de General Pico y logró que un cirujano, un traumatólogo y un anestesista vinieran como mínimo una vez al mes a practicar cirugías de baja y mediana complejidad. “Esos días para nosotros eran festivos, ya que al terminar mamá se esmeraba en preparar sus mejores recetas de cocina”, cuenta Pablo. Recuerda otro hecho asombroso: “El anestesista también era piloto de avionetas, por lo que sin pensarlo dos veces sus colegas se subieron a la misma y utilizando la ruta de acceso como pista de aterrizaje la dejaron en la entrada del pueblo, ante la curiosidad de todos. El comisario se encargó de desviar el tránsito hasta que terminaron de operar y remontaron el vuelo de regreso”.
Cuando habían pasado cinco años de vivir en Winifreda, el doctor Curino, con ese espíritu inquieto que lo caracterizaba, decidió que ya era hora de construir una clínica nueva. Con mucho esfuerzo y sacrificio, en medio de una de las tantas crisis económicas de nuestro bendito país, en dos años inauguró un moderno edificio con modernas habitaciones, camas ortopédicas, equipo de rayos X completo, un moderno quirófano, una amplia sala de partos y una incubadora. Por esas cosas de la vida, a los dos días nació un niño sietemesino. Al lado construyó la casa familiar. Esa construcción sigue en pie cumpliendo la misma finalidad con otros dueños.






























