EGIPTO: un prodigio del Nilo
- Daniel Pellegrino

- 3 ago
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Desde la altura de un avión es un hilo de agua de miles de kilómetros donde, en el caso de Egipto, abreva una población de ciento veinte millones de habitantes, asediado –además- por las arenas del desierto cálido más grande del mundo.
Por Daniel Pellegrino

El pródigo limo que esparce en sus orillas ha permitido la aparición y desarrollo de civilizaciones asombrosas, centradas en ciudades legendarias como Menfis, Tebas o la actual El Cairo, fundada hace mil cincuenta y seis años por los turcos otomanos. Sin olvidar, claro, la soñada por Alejandro Magno en la desembocadura del Nilo junto al mar Mediterráneo.
Más allá de fechas y números, basta dar un paseo por el mercado al aire libre de El Cairo para entender que el hormiguero de tiendas, productos y gentes representa una tradición inacabable y atenta a los sucesos contemporáneos. Tan es así que rápidamente advierten el origen de los turistas. A uno, argentino, le sonríen y dicen “Messi”, y cuando pregunto si prefieren a Messi o Maradona, la mayoría elige al pibe de Villa Fiorito y se tocan el corazón.
Uno de los límites del mercado lo ejercen los grandes hoteles, luego una avenida de tránsito multitudinario, finalmente el río. Y en la otra orilla occidental se alzan los monumentos funerarios, las pirámides de caliza que construyó la dinastía de Keops, o Khufu (padre), Kefrén (hijo) y Micernino (nieto), más la esfinge de cuerpo de león y cabeza humana. Al caminar el sitio y conocer las antiguas dársenas del río, rampas, rodamientos, resulta fácil entender la navegación de las falucas transportando los bloques de piedra, su descarga y colocación precisa en el emplazamiento elegido. No hay misterios ni participación alienígena en la construcción monumental ejecutada por una inmensa población obrera especializada, no esclava, que trabajaba –y no se cansan de repetirlo los guías- en honor y cariño hacia el faraón y de paso ganarse un cachito de vida eterna.

Alejandro.
A tres horas de autopista de la capital egipcia se emplaza Alejandría, la ciudad-faro de la cultura griega ideada por Alejando el Magno y construida por su sucesor, el general Tolomeo I (367-282 a.C.). Hay grandes barriadas, callejuelas intrincadas, mucha basura, desechos de autos, trimotos que circulan por cualquier lado sin importar manos y contramanos del tránsito regular.
Sin embargo, fue la capital de la cultura y la ciencia en la Antigüedad. Una de las maravillas de entonces, el gran Faro del puerto (ciento cincuenta metros de altura, coronado por una hoguera que orientaba a los navegantes), destruido por un terremoto, yace en el fondo del mar y buena parte de los escombros se aprovecharon para la construcción de la fortaleza medieval árabe del sultán Qaitbay en el siglo XV; hoy se la ve muy bien restaurada.
La otra construcción legendaria, la gran Biblioteca que albergaba el saber escrito del mundo antiguo, fue saqueada y quemada en varias oportunidades de tal modo que hoy no se sabe su emplazamiento original frente al mar ni el destino de sus miles de manuscritos.
En la actualidad, con dineros aportados por Japón y con el patrocinio de la Unesco, se levanta la nueva Gran Biblioteca, inaugurada en 2002. La arquitectura replica un gigantesco círculo solar de vidrio y metal inclinado hacia el naciente. El exterior ha sido decorado con los signos de los alfabetos escritos o tallados de todos los idiomas del mundo. En el interior hay una muestra de distintas máquinas de imprenta, un planetario, un lugar de conservación de libros raros y amplios espacios digitalizados para los estudiantes. La Biblioteca se conecta, también, mediante una pasarela, con la universidad de la ciudad.

Aguas arriba.
Se navega el Nilo contracorriente entre Luxor y Asuán en motonaves o cruceros de turistas. También están las falucas, a motor y a vela, que proponen un paseo lento y de mejor observación de las orillas. Sea como fuere, en abril se nota la riqueza agrícola de las riberas en una extensión desde el río de no más de un km; conviven los cereales recién cosechados con el verde radiante de las plantaciones de maíz y de vez en cuando alguna humareda altera el paisaje y la luz solar. Se quema la tierra para librarla de restos vegetales.
El tramo entre Luxor y Asuán, que se hace en tres horas por autopista, demanda cinco días de navegación con desembarcos en distintas partes del río para admirar la monumentalidad arquitectónica de los faraones, como los mismos templos de Karnak y Luxor, en el corazón de la antigua Tebas. En este último, hay un solo extraordinario obelisco, el que falta fue “obsequiado” y se halla en París. Si se devolvieran a Egipto todas las piezas arqueológicas sustraídas, edificios como el Museo Británico de Londres, el Louvre francés, el Museo Egipcio de Turín, quedarían con varios pabellones vacíos.
Se podrían describir otros espléndidos sitios a lo largo de este tramo del río, pero sería una enumeración aburrida. Solo interesa destacar, cerca del Valle de los Reyes, el hermoso templo dedicado al dios Amón-Ra erigido durante el reinado de Hatshepsut (entre 1513-1490 a.C.), una mujer que se las ingenió para hacer un gobierno inteligente y próspero. Usó todos los atributos varoniles del poder (corona, indumentaria, barba postiza, etc.) La arqueología moderna recuperó su nombre y sus logros que habían sido borrados por los sucesores del imperio.
Dejemos a un lado la célebre figura del jovencito Tutankamón, cuya modesta y secreta tumba en el Valle de los Reyes no fue saqueada y por eso mismo su máscara funeraria de doce kilos de oro se exhibe en el museo de El Cairo.
Pasemos al templo de Abu Simbel rescatado del fondo de las aguas luego de construida la gran represa del lago Nasser. El conjunto arquitectónico de dos templos de Ramsés II (el más longevo de los reyes, gobernó 66 años y dominó un extenso territorio que pobló de construcciones) fue trasladado a la orilla del lago donde se recreó el mismo conglomerado de roca caliza y así las diez gigantescas esculturas fueron ensambladas de acuerdo al sitio original. El templo principal muestra en la fachada cuatro esculturas de Ramsés II sentado, lo que significa su propio endiosamiento. Otra escultura suya en el fondo del templo se ilumina con el sol dos veces al año, coincidentes con los días del nacimiento y coronación del monarca. El segundo templo está dedicado a exaltar a sus mujeres favoritas.

Así es parte del Egipto de persistentes médanos y de nuevas tierras agrícolas ganadas al desierto con las aguas y canalizaciones del gran río. País que sigue escondiendo innumerables historias y leyendas de pueblos y civilizaciones, mientras se consagran cultos y honras a dioses mitad animales mitad humanos; todos conviven y existen gracias al curso eterno del Nilo.-






























