Un homenaje a los boliches de campo: memoria viva de la ruralidad pampeana
- Winifreda
- 13 jul
- 2 Min. de lectura
Entre polvorientos caminos rurales y silencios interrumpidos solo por el viento, los antiguos boliches de campo marcaron una época entrañable en la historia de nuestras comunidades. Más que simples almacenes de ramos generales, eran verdaderos centros sociales, comerciales y culturales en medio de la inmensidad pampeana.

Estos boliches, instalados estratégicamente a la vera de un camino rural, eran el punto de encuentro obligado para chacareros, peones, vecinos de los alrededores y hasta viajeros ocasionales. En sus estanterías se podía encontrar de todo: galletitas en latas, yerba, azúcar y harina vendidas a granel, mecha para el farol, bebidas blancas para el invierno y alguna conserva para acompañar una picada improvisada. En su mostrador, la charla y el truco eran tan importantes como el pan o el aceite.
No existían ni tarjetas de crédito ni códigos QR. Solo una libreta. Ese cuaderno donde el bolichero —que muchas veces era también confidente y testigo de historias— anotaba cada fiado, cada encargo, cada promesa. Las cuentas se saldaban tras la cosecha de granos, y la palabra dada era sagrada: valía más que cualquier papel firmado.
En el boliche también funcionaba una estafeta postal, se podía hacer una llamada desde algún teléfono público, y, con suerte, encontrar empanadas fritas recién hechas o un vaso de vermut con soda mientras se discutía de política, fútbol o del tiempo.
El boliche de campo fue un universo en sí mismo. Su puerta siempre entreabierta, su luz tenue por la noche y su aroma inconfundible nos remiten a una época más lenta pero más humana, donde el encuentro era presencial y sincero, donde el comercio estaba teñido de afecto y confianza.
Hoy, este pequeño homenaje busca rescatar la memoria de aquellos lugares que forjaron identidad, vínculos y comunidad en los rincones rurales de La Pampa y otras regiones del interior argentino. Porque recordar los boliches de campo es también valorar nuestras raíces y comprender cómo se construyó el entramado social que aún hoy nos sostiene.

¿Quién no quisiera volver, aunque sea por un rato, a ese mundo de truco, picada y libreta fiada?